El 14 de diciembre de 1707 zarpa desde el puerto de Marsella el “Saint Jean-Baptiste” llevando a bordo a un religioso de la orden de los Mínimos llamado Louis Feuillée. En rigor, Feuillée, que tiene una sólida formación como cartógrafo y astrónomo, forma parte de una expedición científica que tiene como destino las costas sudamericanas del Pacífico. El rey francés, Luis XIV, complacido por el trabajo realizado por este hijo de la pequeña burguesía de provincia en dos viajes anteriores por el Mediterráneo y el Caribe, ha decidido financiar este esfuerzo por alcanzar el flanco occidental del subcontinente, con la apenas disimulada intención de obtener valiosa información estratégica sobre aquellos lejanos territorios dominados de la Corona Española. Los franceses, tras escala en las Canarias y Buenos Aires, pasan al litoral chileno vía el estrecho de Magallanes hacia enero de 1709. Echan ancla en Concepción, ciudad donde permanecerán alrededor de un mes, previo a enfilar hacia el destino final del viaje, la capital virreinal, Lima.
Una vez terminado el período de mayor beligerancia entre conquistadores y nativos hacía más o menos medio siglo, Chile vivía por esos años un clima de franca paz. Feuillée, favorito del rey, pulcro y meticuloso, llevará un pormenorizado diario que será publicado poco después de su retorno a Europa. Gracias a éste, hoy podemos saber cómo fue el paso de aquella muy probablemente primera expedición científica de la historia por nuestro país y, en particular, cómo fue el paso por las costas de nuestra provincia, justo antes de su recalada en Valparaíso.
El 22 de febrero de 1709, al alba, enfilando en dirección norte, el “Saint Jean-Baptiste” se ve cubierto por una espesa bruma. A eso de las diez, la nubosidad se disipa y la tripulación percibe con cierta preocupación una columna de humo que se levanta desde la costa. Temen la presencia de enemigos. El capitán decide mandar en un bote a un marino a averiguar de qué se trata. Esperan un par de horas el retorno del emisario. Feuillée, eximio en mediciones geográficas, elogiado por el mismísimo Cassini, director del Observatorio de París, toma sus instrumentos y anota: 33°36’00”. Frente a las costas de Llolleo.
Una vez de vuelta el marino con noticias tranquilizadoras, se reemprende la ruta. Feuillée visualiza por el norte una “gran punta” que sobresale del perfil litoraleño, distante, según estima, unas 10 leguas(1). Cae la noche, sin sobresaltos. El barco apenas se mece, “como si estuviéramos anclados”.
La calma prosigue al otro día. Nuestro científico vuelve a hacer mediciones: 33°30’00”. Justo enfrente de la Punta del Lacho. Tras una jornada sin mayores novedades, ya de noche, se alcanza el extremo de la “gran punta” y, por la mañana, 24 de febrero, la nave se encuentra ante una nueva bahía. Leamos la descripción que Feuillé hace de ésta en su diario, publicado en París en 1715:
“Bahía poco pronunciada, donde se podía anclar protegido de los vientos del Este y del Sur […] Esta bahía del lado del Sur tiene roqueríos que se extienden en el mar un buen cuarto de legua […] El fondo de la bahía, que está al Este, es de arena blanca, y está cerrada por el Norte por grandes rocas escarpadas. Entramos hasta el medio de esta bahía, y habiendo fondeado a tres cuartos de legua de la tierra, encontramos fondo de 60 brazas; vimos en tierra a algunas personas y una cantidad de bestias que pastaban.”
Por desgracia, esta vez Feuillée no nos entrega coordenadas geográficas, por lo que solo podemos conjeturar: ¿Punta de Tralca? ¿Algarrobo? Al caer la noche, y con el temor constante de ser atacados desde la costa, el “Saint Jean-Baptiste” vira su proa en dirección oeste. Hacia las primeras horas del día siguiente, los navegantes tienen ante sí el puerto de Valparaíso, del cual Feuillée dibujará una hermosa vista.
Apenas 3 años más tarde, en 1712, otro francés, Amédée-François Frézier, llegará hasta nuestras costas encabezando una nueva expedición científica (la historia lo distinguirá como quien introdujo la blanca y dulce frutilla chilena en Europa). Medio siglo después, el más célebre de los expedicionarios galos, Louis Antoine de Bougainville, atravesará el estrecho de Magallanes en su viaje alrededor del mundo. El inglés Vancouver hará lo suyo poco después, llegando a Valparaíso en 1795 y su compatriota Darwin, por su parte, arribará a nuestro mítico puerto en 1834. 125 años antes, un religioso con formación científica, agudo observador, llamado Louis Feuillée, había hecho un fascinante y hoy casi olvidado viaje por nuestras costas.
(1) Legua, antigua unidad de longitud. La francesa equivalía a 4.44 kilómetros.
(2) Braza, unidad de longitud náutica. Equivale a 1,8 metros.
Qué bella historia. Gran trabajo de difusión, gracias.