La huella de los Prado en nuestro litoral es clara, sobre todo en El Tabo, donde una calle lleva el nombre del miembro de la familia hasta hoy más destacado, Ernesto Prado Tagle, el Doctor Prado, a quien se le reconoce como uno de los principales impulsores del balneario. En rigor, la presencia del clan familiar comienza con la generación anterior, los Prado Marín. El vínculo se remonta a 1909, cuando tanto una tía, Mercedes, como su padre, Germán, compran terrenos en la localidad a doña Rosario Augeraud de Arellano y construyen viviendas de veraneo. La primera levanta una propiedad en la actual calle O’Higgins, sobre una loma de suave pendiente, a escasa distancia del mar, y en paralelo, su hermano Germán, comerciante santiaguino, a menos de una cuadra, hace lo mismo, con una casona de mayor tamaño, de estilo victoriano, tabiquería de madera, adobe y revestimiento de concreto. Tras su muerte, es su hijo quien adquiere la propiedad en 1919. Ya entonces, la carrera como médico de Prado Tagle iba en franco ascenso, particularmente en el campo de la docencia, donde llegaría a convertirse en maestro de generaciones de profesionales de la U. de Chile. Ambas casas, afortunadamente, se encuentran hoy en pie, pero en un estado de conservación no del todo acorde a su valor patrimonial.
Sin embargo, la presencia tabina que hasta hoy permanece mucho más difusa es la de su primo, Pedro Prado Calvo, artista multifacético, con certeza una de las figuras más relevantes de la cultura chilena de la primera mitad del siglo XX, distinguido con el Premio Nacional de Literatura en 1949. Si bien su padre, Absalón, muerto en 1906, no alcanzó a adquirir propiedades en El Tabo, su hijo sí se ligó, y muy estrechamente, con el balneario. Una prueba bastante contundente nos la da su novela ” El juez rural”, publicada en 1924, en la que su protagonista, un joven arquitecto que ha tenido que asumir funciones como magistrado, renuncia a su cargo para ir a instalarse junto a su familia a nada menos que El Tabo.
Los últimos capítulos de esta obra nos ofrecen un antecedente valioso que nos conecta en forma particularmente vívida con la realidad litoraleña de hace un siglo. Desde el viaje en tren desde Santiago hasta Malvilla, para luego seguir camino a bordo de un coche tirado por caballos vía Lo Abarca, hasta la descripción del entonces incipiente balneario, con sus “casas dispersas”, sus solitarias callejuelas de tierra y una extensa playa, que el autor describe como una “inmensa sábana de arena”, a la cual llegan, comienzos de verano, los primeros bañistas…
Prado elige El Tabo como lugar de retiro del protagonista de su novela y describe el territorio con fina sensibilidad poética, que le es característica, pero también con detalle y conocimiento. Sin embargo, es probable que el vínculo de este notable artista con el balneario nos ofrezca otra manifestación de similar relevancia: el diseño de la iglesia de El Tabo. Sabemos que ésta empezó a construirse en 1923 en terrenos cedidos por Armando Celis, esfuerzo en el que colaboran Ernesto Prado y su madre, Virginia Tagle Arrate. Una carta que en septiembre de 1921 le dirige Pedro Prado desde Lllolleo a su amigo Manuel Magallenes Moure nos aporta una información clave. Prado, escritor, poeta, pintor, pero también arquitecto -había estudiado arquitectura sin llegar a titularse en la U. de Chile-, señala: “Yo no tengo trabajo alguno de arquitectura, como no sea una Iglesia para El Tabo… que debo dibujar gratis!”. No es nada aventurado suponer que ese encargo ad honorem haya sido hecho por tía y primo al “artista de la familia” como una forma de contribuir a la comunidad local, al cual Prado, a quien sus biógrafos coinciden en señalar de carácter afable y generoso, haya respondido favorablemente.