El proyecto de ampliación portuaria data de alrededor de diez años. Primero, si lo recuerdan, la disputa se concentraba entre Valparaíso y San Antonio. En ese entonces, inicios de la década pasada, la consigna era, de hecho, que Chile era uno de los países de mayor crecimiento económico de la región, que, por tanto, el flujo de mercaderías se haría cada vez más grande e intenso, el país debía necesariamente contar en corto-mediano plazo con un punto de intercambio logístico a la altura de lo que se avecinaba. Valparaíso abandonó la pelea, quedó solo nuestro puerto, San Antonio, capital de la provincia.
Pero, por norma, ¿tan poco quieren a San Antonio? Por la calidad del proyecto presentado para hacer realidad ese paso considerado esencial para el desarrollo futuro de Chile pareciera que entre algunos, desde la institucionalidad, no solo lo quieren poco, sino que se trata de un sentimiento de abierto desprecio. Constatarlo no deja de ser preocupante, incluso terrible.
Oídos impenetrables a todas las voces críticas que se levantaron en la previa, el proyecto -rebautizado desde “Puerto Gran Escala” a “Puerto Exterior”– fue presentado intacto, sin correcciones, comienzos de año, a su Evaluación de Impacto Ambiental. Entonces, ¿qué esperaban? ¿Aplausos? ¿Estupidización generalizada por parte del mundo científico, social, académico? Si esa última fue la apuesta, por fortuna, para todo un país, eso no pasó. Por el contrario, los cuestionamientos -en algunos casos, verdaderos descuartizamientos– a ese proyecto absurdo, no se han hecho esperar. Y se han ido sumando, uno tras otro. Primero, las organizaciones locales de la sociedad civil, Fundación Cosmos. Luego, la Estación Costera de Investigaciones Marinas de la UC, el municipio de Santo Domingo, SAG, CONADI…
Y en esto, la evaluación ambiental no era un asunto menor. Justo lo contrario. La orientación temeraria del proyecto apuntando a hacer desaparecer los humedales más importantes de la provincia -Ojos de Mar-, mutilando groseramente el importante corredor biológico de la desembocadura del Río Maipo, volvió el aspecto socio-ambiental de máxima relevancia. En 2020, pensar en tapar con cemento 30 hectáreas de un ecosistema para convertirlo en estacionamiento de camiones puede ser considerado solo propio de una mente con algún grado de desquiciamiento. O de los cerebros tras el proyecto “Puerto Exterior” de San Antonio.
Hoy, ejecutivos del puerto declaran ver con buenos ojos el cúmulo de críticas que está terminando por sepultar su proyecto estrella. Que eso es lo que buscaban, que de esa manera el proyecto se enriquece. Me trae a la memoria cuando hace un par de años cierto economista en diálogo con el Nobel Vargas Llosa intentó solapadamente minimizar la dictadura de Pinochet y, sorprendido por el enérgico regaño del peruano, argüir “eso era justo lo que quería generar.” Porque una cosa es someter un proyecto de gran impacto social a la dinámica de los aportes que se generen desde la comunidad para su enriquecimiento indispensable y final, y otra, muy distinta, es que ese proyecto, desde todas las veredas, en forma aplastantemente coincidente te pidan retirarlo por malo.
En ese terreno de los sofismas y verdades a medias que parece ser ámbito sintomático de la gestión deficiente, tampoco sorprende detectar un detalle llamativo en las mismas animaciones computacionales del proyecto hechas por el puerto. La laguna norte de Ojos de Mar, sepultada en cemento tal como lo contempla el proyecto original, se mantiene intacta en el último video publicado. Una corrección curiosa. Señal rara, quizá positiva para los ambientalistas, pero que en lo medular da cuenta del grado de improvisación con el que se ha manejado una materia de la importancia y magnitud como el proyecto de ampliación portuaria de San Antonio.