Hace pocos días, el 19 de enero recién pasado, se cumplieron 100 años de la muerte de Manuel Magallanes Moure. La fecha pasó desapercibida. ¿Por qué? ¿Por qué si se trata de una de las principales figuras de la cultura de Chile de comienzos del siglo XX? Artista múltiple, poeta, narrador, crítico, cronista, además pintor y servidor público (llegó a ser alcalde de San Bernardo), artista de fina sensibilidad, de gusto refinado. En vida se le reconoció como una de las voces poéticas más destacadas de la escena local. El lector actual tenderá a confinar sus versos dentro de un ámbito limitado, el de un romanticismo un tanto añejo. Pero Magallanes, en sus puntos altos, avanza mucho más allá. Avanza mucho más allá de la retórica, de la mera floritura de época. La Mistral lo amó y cantó a esta nobleza interna del hombre; más de diez años después de su muerte lo ensalzó sin veladuras: “Blanco, puro, y un hermoso varón para ser amado de quien lo mirase: mujer, viejo o niño.”
Nos olvidamos hoy de Magallanes. Pero yo no lo olvido. Menos si se trata de uno de los primeros artistas en generar un lazo fuerte con este litoral. Y el primero en términos absolutos en consagrar sus versos, en un libro entero, a este territorio. “La casa junto al mar” fue publicado en Santiago en 1919, pero condensa material que el poeta venía trabajando varios años antes. Detrás del título: su propia casa junto al mar de Cartagena. En mi libro “Constelación litoral” dedico un par de páginas a Magallanes; ahora me parece necesario alumbrar con mayor voltaje sobre ese vínculo en el que todavía pocos detectan su real importancia.
Lo primero: ¿cuál es la casa? Y, ¿todavía existe? Todas las señales indican que se trata de Villa Gherardi, la cual se mantiene en pie en la actual calle Alcalde Cartagena, y no solo en pie sino que además en muy buen estado gracias a una reciente restauración. Se trata de una casa de espléndido estilo gótico victoriano que fue traída desde Canadá y armada e instalada sobre los lomajes del balneario. El poeta, entonces alcalde de San Bernardo, hace con regularidad el viaje en tren hasta Leyda y desde ahí en el coche de posta para supervisar la construcción. Le escribe a su esposa, su prima Amalia Vila, ante dos “espectáculos” que le conmueven, el del mar y de la quebrada donde ya se distinguen los cimientos de su futura casa:
“Ésta […] creo será más «mi casa» que cualquier otra, no sé si porque en ella pongo mi esperanza o porque es la realización de un sueño alimentado largos años”, le confiesa.
En 1912, la desgracia golpea a la familia; su hija mayor, de ocho años, muere. Tras un período de natural duelo, vemos al poeta reaparecer en su querida Cartagena. En 1910 ha publicado su tercer libro de poemas, “La jornada”, que le ha hecho consolidar una posición de privilegio en la escena literaria nacional. El eje temático y la fuente de inspiración de su nueva producción creativa se anclarán ahí, en esa residencia litoraleña, en ese paisaje, en todo lo que gira en torno a ese nuevo y trascendental hábitat.
“La casa junto al mar” será su último poemario; concentrará en éste tiempo y energía como nunca antes lo había hecho para sus anteriores trabajos. Como es propio de la época y su mismo temperamento, lo sentimental, lo amoroso marcarán el derrotero. Pero Magallanes, tal como apunta la Mistral, lejano de lo empalagoso, sabrá eludir “la plaga becqueriana”. Sus versos nos siguen transmitiendo, hoy, como testimonio honesto de un hombre atravesado por la eterna pugna entre el marco moral y los impulsos más intrínsecos del ser. El poeta, tal como lo hará Neruda 40 años más tarde desde Isla Negra, le canta y desarrolla todo un corpus creativo que gira sobre un entorno natural que lo subyuga, el de las costas de Cartagena. Con largueza, será el primero en hacerlo referido a este territorio, inaugurando un ejercicio al que con el paso de los años se irán sumando otras de las más destacadas figuras de nuestras letras.
Manuel Magallanes Moure. Merece toda nuestra atención y respeto. Más aún, como el primer poeta de este “litoral de los poetas”.