Uno de los puntos más significativos de la costa, no solo de la provincia de San Antonio sino de toda la región de Valparaíso, es el que se concentra entre dos grandes e impresionantes hitos geográficos, el Peñón Peñablanca y el Islote Pájaro Niño. Mucho antes de las divisiones administrativas, incluso mucho antes de la llegada de los españoles a esta parte del planeta, aquella pequeña y protegida bahía de peculiar simetría, con dos playas de arenas doradas -las actuales El Canelo y El Canelillo-, encerrada entre dos puntillas, a su vez coronadas por dos enormes moles de piedra, debió brindar para los antiguos habitantes ventajosas condiciones prácticas -comida, abrigo, sustento-, pero también un poderoso atractivo en términos simbólicos. La numerosa presencia de restos arqueológicos, diseminados por todo el sector, nos señala que éste quizá haya sido uno de los más frecuentados de toda la costa.
El estudio de estas huellas comenzó hace ya un siglo, pero solo en la década de 1950 alcanza sus avances más sustanciales. En 1954 se crea el Centro de Estudios Antropológicos de la U. de Chile, y ese mismo año, Alberto Medina, uno de sus miembros fundadores, recorre buena parte del litoral al norte de la desembocadura del río Maipo. Dentro de los límites de la entonces naciente comuna de Algarrobo, sus hallazgos se concentran precisamente en esta área: conchales, piedras talladas, restos cerámicos. Pero apenas un par de años después, será Bernardo Berdichewsky quien ahonde en las prospecciones y sume un punto específico: el Islote Pájaro Niño.
Las líneas que le destina Berdichewsky a este monumento natural quedan hasta hoy como la referencia más notable respecto a su valor patrimonial, la que además impone una interrogante de proporciones. Detecta restos similares a los hallados por su colega Medina en el continente, pero además restos humanos. En su publicación presentada en el Congreso Internacional de Arqueología de Viña del Mar en 1964, señala el hallazgo de grandes fragmentos de cerámica tosca correspondientes a varias tumbas -cuyos ajuares habrían sido destruidos por saqueadores- con cráneos braquioides, esto es, redondeados. Las tribus del llamado período alfarero temprano solían tener por práctica la deformación craneana artificial, por lo que para el caso del Islote se podría estar hablando de osamentas todavía más antiguas. Pero, más allá de eso, hay un punto que genera consenso entre los investigadores, el que tiene que ver con las condiciones de vida y métodos de subsistencia de aquellos primitivos pobladores: caza del guanaco, cultivo de ciertas especies como el maíz y la quinoa, recolección de mariscos siempre desde la orilla, por carecer de tecnología adecuada para la pesca. ¿Pero aún así se las arreglaron para atravesar 150 metros de mar para llegar al islote no solo en busca de alimento, sino llevando consigo grandes vasijas con los restos de sus muertos?
Tras las inspecciones de Berdichewsky, nadie más volvió a la isla con fines de estudio del pasado prehispánico. Muy por el contrario, poco más de una década después se iniciarán los trabajos para la conexión artificial de ésta con el continente, que propiciará la entrada masiva de especies animales extrañas y dañinas. Una vez consumada esta verdadera aberración ambiental, los únicos investigadores que volvieron a ingresar al islote lo hicieron para censar la población de pingüinos de Humboldt -cuya colonia es la más austral del mundo-. Entonces notaron que estas tímidas y encantadoras aves, al escarbar para hacer sus madrigueras, expulsaban también restos de las vasijas que otros humanos, distintos a los que ahora venían de tanto en tanto a observarlos y contarlos, habían dejado hacía cientos, quizá más de mil años atrás, en el lugar. Esta ha sido la última evidencia respecto al rico patrimonio arqueológico que atesora el islote.
En cuanto a las sociedades que habitaron este sector de Chile en épocas pretéritas, antes de la irrupción del europeo, todavía queda mucho por entender y descubrir. El Islote Pájaro Niño de Algarrobo ofrece una clave que puede abrir distintas e insospechadas puertas.
Imágenes aéras: Boris Morales.