Por Guillermo Valenzuela
Tiendo a pensar que Pablo Salinas, en su libro Constelación litoral, se toca de alguna manera misteriosa con el proyecto Cantalao, de Pablo Neruda. Que, de alguna manera, puebla con esta selección, el sueño trunco del premio Nobel, confiriéndole vida propia al borde de los acantilados. Es un guiño ficcional que no me parece tan descabellado, que se ajusta a una hermosa simetría literaria. Este -su libro- sería la primera aproximación que imagina una residencia de creadores, como un deber y continuidad necesaria, y que está más allá de las miserias que han estropeado ese sueño. Pablo Salinas, reconocido escritor y pintor, ha levantado una cartografía que mezcla perfiles biográficos, donde hay datos, anécdotas y proyectos de obra, algunos apoyados en la investigación y otros directamente vertidos desde la experiencia personal.
Salinas define la residencia de poetas, pintores, músicos, escritores y científicos, ligados al domicilio creativo denominado Litoral de los poetas. Digo residencia o domicilio, al modo de Neruda, circunscritos a una temporalidad material, básicamente la de los veraneos, que sedujo como un magneto a muchos creadores, que buscaron la soledad o la tempestad de esta costa. Como aclara el mismo autor en el inicio del libro, lo que hoy se denomina Litoral de los poetas, arranca oficialmente con un eslogan turístico y patrimonial, creado el año 2003. Esta denominación de origen, nos permitiría hablar de una especie de terroir poético, si clasificáramos a los poetas como cepas de buen vino, plantados en un suelo y clima que hace posible una vendimia generosa y un producto “premium”. Creo que esa cosecha aún está pendiente –una renovada constelación– aunque es sabido que circula una variedad de mosto libre de catadores, lo que aumenta cierto entusiasmo embriagador por la zona. He oído también por ahí a conspicuos publicistas hablar de economía y arte como si fueran dos cosas que van de la mano, cosa que no se ve, al menos en esa dualidad colaborativa que se señala, la cosa no es pareja.
Como sea, el caso es que, en su gran mayoría, la nómina de creadores fichados en Constelación litoral arriban a esta costa con una obra gruesa ya hecha y, por lo tanto, la idea que sustenta la selección, -la inmanencia telúrica de este lugar- tanto en su voluntad promocional como constelar, es en ocasiones una mezcla de sueño y realidad. Desde este punto, se rescata el valor de los creadores que mantuvieron contacto con este suelo y, por otro, hay también estrellas fugaces que operan como un deseo que surca el cielo. Desde un punto de vista editorial, sería interesante preguntarse por la selección (para no usar la palabra curatoría, ese canapé vacío que usan los lobistas de la cultura) es decir, el criterio que usó Salinas respecto a los autores incluidos en el libro. La triada Neruda, Huidobro y Parra, no tiene pérdida, es inapelable y funciona como el radier cultural, el edificio central de sus operaciones. Pero hay casos, como el de Manuel Rojas, que escribió su novela Hijo de ladrón en El Quisco, de la misma manera que José Donoso escribió Coronación en una cabaña entre Isla Negra y Punta de Tralca. Lo primero que surge es preguntarse por la extensión del paraguas de la constelación, sobre autores que escribieron a la intemperie y otros bajo techo propio. Lo voy a decir con una metáfora civil: si tuviera que dar los certificados de residencia que otorga la junta de vecinos, se lo extendería a Donoso también, porque creo que el vínculo que genera el desarrollo íntegro de una obra, tendrá siempre una pertinencia relevante. El mismo Neruda alentó esa obra y prefiguró a Donoso, como el gran novelista social chileno en ciernes. En un plano más grueso, noto la ausencia de Jaime Gómez Rogers, el incombustible poeta Jonás. Aunque Salinas habla extensamente de él en el perfil que hace de Neruda, exponiendo sus méritos como editor emergente en la zona, reconociendo en Jonás con Ediciones Alta marea a un motor de la divulgación y la creación desde El Tabo, este entrañable poeta en terreno no aparece fichado. Como tampoco está en este registro Poli Délano, que vivió por temporadas y tuvo su residencia veraniega en Cartagena. El meollo fundacional de este territorio mítico, creo que está en una afirmación que Pablo Salinas expresa en su capítulo sobre Neruda, donde afirma que el fenómeno de la poesía chilena “es raro, rarísimo”, y que proviene de un soplo al menos no identificado, o sobre el que se debiera ahondar para indagar en sus orígenes milagrosos. Habría que señalar que toda tradición poética tiene indiscutiblemente figuras formativas; nada sale de la nada, aunque no sean referentes que estén en la vitrina. La Araucana, de Alonso de Ercilla, el Arauco domado, de Pedro de Oña, son obras que están ahí, señeras e ineludibles. También en este mismo aspecto, es absolutamente necesario señalar lo que significó el paso de Rubén Darío por Chile. El nicaragüense marcó sin ninguna duda un antes y un después en la poseía de nuestro país, el maestro modernista que revolucionó las letras hispanas, es una influencia importante a tener en cuenta en este punto. Azul se publicó en el año 1888 en Valparaíso, es decir, en esta misma región.
Sin duda que es invaluable la voluntad investigativa y la calidad de la prosa de Pablo Salinas, y este proyecto debiera tener en el futuro, su segunda temporada.
Guillermo Valenzuela es escritor, poeta y guionista.