La historia del vino en Chile es larga. Parte con el arribo de los europeos por estas latitudes, donde, éstos, a poco de instalados, descubren condiciones especialmente aptas para la elaboración de mostos. Es una historia que, también, vista con mayor detenimiento, nos entrega capítulos fascinantes. Como el de los primeros esfuerzos, mediados del siglo XIX, de convertir al vino en motor de relevancia de la economía nacional. O como el de la plaga de un parásito, la filoxera, que por esos mismos años hizo sucumbir a todos los grandes productores del planeta, dejando a nuestra humilde industria local como la única libre del bicho y transformándola, de paso, en bastión de la recuperación vitivinícola mundial. Y como, por cierto, el del extraordinario desarrollo de las últimas tres décadas, que ha llevado al vino chileno a ganarse un lugar de privilegio en el concierto planetario.
En este último tramo, de auge y crecimiento, el vino ha ido conquistando nuevos territorios. En nuestra región, primero fue el valle de Casablanca, afianzándose como sinónimo de vinos blancos de excelencia, y luego el de San Antonio, aportando una dinámica y sobresaliente propuesta viñatera. Hoy, el sector sur de nuestra región, tras años de planificación y trabajo, se ha ganado un lugar destacado dentro de la producción nacional, instalándose definitivamente en el radar tanto de los consumidores como de los operadores comerciales.
Dentro de este escenario, con una oferta pujante y diversa, en la que intervienen decenas de empresas con inversiones millonarias, la propuesta de Roberto Carrancá es única y su asiento está en Algarrobo. Este agrónomo formado en la Universidad Católica tuvo hace ya más de diez años la insólita idea de producir vino en su propia casa. Proyecto que no habría pasado de ser una encantadora historia para contarle a los nietos en manos de otro, pero que, en su caso, con una sólida experiencia como enólogo, se consolidó en la primera viña-garage de la región y una de las pocas que, en rigor, existen en todo Chile. Roberto, junto a su señora Javiera Fuentes, formaron en 2011 Tinta Tinto y hoy producen literalmente desde su casa 7 variedades distintas de vinos.
Roberto rehuye el término, pero lo que hace es con toda propiedad “vino de autor”. Compra la uva, libre de químicos, que se ha encargado personalmente de elegir, a productores de Casablanca para elaborar vino según sus propios gustos y criterios. Explica: “No se usa levadura comercial; se opta por la fermentación espontánea, lo que permite que se manifiesten sabores y aromas particulares.” Tampoco, al momento de extraerse el vino desde sus cubas, se emplean filtros. “El filtrado industrial elimina todo tipo de impurezas, pero no son pocas las que entregan una riqueza especial al vino.” Nivel de refinamiento que es premiado fuera de nuestras fronteras: la mayor parte de las 15 mil botellas que anualmente produce Tinta Tinto se comercializa en países como Dinamarca, Bélgica, Brasil o China. El resto se reparte en distintos puntos de nuestro país. En Algarrobo no quedan más de mil, que, aparte de a un grupo cada vez más grande de clientes locales, se entregan en los principales restaurantes de la comuna.
El espíritu de lo artesanal impregna la globalidad del concepto de Tinta Tinto. Las etiquetas, diseñadas por Javiera, son escritas una a una, a mano, por Roberto. La firma del autor.
Esta empresa familiar algarrobina apuesta por ofrecer una experiencia de excelencia y única. Y lo consigue con creces.
Tinta Tinto está ubicada en Las Tinajas 2558, Algarrobo, Chile
Magnifico emprendimiento, los vinos son los mejores, por lejos, un lujo para Algarrobo.